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UNA MISIÓN Y UN DESTINO

César Lozano transforma vidas

El destino es un tema fundamental para César Lozano, quien ha elegido aceptar el llamado a convertirse en un guía espiritual para cientos de miles de personas que han escuchado sus conferencias a lo largo de 32 años, o bien, que han leído alguno de sus 10 libros, con millones de copias vendidas. También pueden haberlo escuchado en la radio o en la televisión en diversos espacios donde ha participado como conductor. Antes de nacer en este mundo, cada persona firma un contrato sobre su misión en la vida, por muy breve que sea, considera César, quien se desempeñó como médico durante unos 20 años. A él le tomó casi tres décadas descubrir y aceptar que su vocación estaba frente al público en un auditorio, hablándole a través de la radio o la televisión, o llegando a transformar su forma de pensar a través de los libros que ha escrito. Durante toda su infancia, su adolescencia y su juventud, a César le aterraba hablar ante un público. Una figura de autoridad lo marcó cuando estudiaba la primaria: una maestra suya le asestó una herida emocional que lo marcó por muchos años, ya que frente a todo el grupo, en una clase de oratoria, le dijo ‘Cesarín, cuando crezcas, dedícate a lo que sea, menos a hablar en público’.

Y por muchos años, creyó en esas palabras. “Eso pesó mucho para mí y durante muchos años de mi vida, se convirtió en un decreto poderoso, un decreto de fuerza, un decreto de inhibición para hablar”, recuerda.

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LA FE DE UNA MADRE Una de las personas que siempre creyeron en César fue su madre, doña Estela, que nunca dejó de cuestionar el prejuicio que se había formado sobre sí mismo. “Ella veía que temblaba, mas no por el contenido que tenía que compartir, sino por la manera de pararme al frente. Por la oratoria, por hablar y conectar con el público. Me decía una frase que marcó toda mi vida: ‘si otro puede, ¿por qué tú no?’ Esa frase me la repito hasta ahora, cada vez que se me presenta un reto, como fue en su momento la radio”, narra. Con su padre, fue distinto, porque a pesar del cariño que le profesaba, no tenía grandes expectativas sobre los logros que alcanzaría. Una noche, lo escuchó hablando con su madre comparándolo con sus hermanos: “De todos espero algo, pero de este, no mucho”. Las lágrimas se le escurrieron y empaparon el libro de farmacología en el que estaba estudiando. Así, sin coraje o rencor, sino con amor, fue como decidió que le demostraría que estaba equivocado sobre todo lo que podía lograr. A lo largo de la vida de César, la figura de su madre fue siempre cercana y siempre le mostró un cariño especial, incluso con una confianza más grande que la que mostraba a sus hermanos. Después se dio cuenta de que esa cercanía era un arma de doble filo.

“Mi mamá me decía que, aparte de ser su hijo, yo era su amigo y confidente. ¿Era bueno o era malo? Fue un peso bien grande. Ahora que terminé el doctorado, me di cuenta que fue una friega, porque desde los 14 años, mi mamá me contaba todas sus broncas. No era correcto, no era saludable, no fue bueno para mí”, reflexiona. Tanta era la confianza que le tenía, que le hizo una petición especial: que el día de su muerte, fuera él mismo quien se hiciera cargo de certificar que no había duda alguna de que había fallecido.

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Tenía miedo de que la enterraran viva. Finalmente, César intervino en el momento de agonía de su madre. Esa noche, él conducía un programa de televisión en Monterrey que se llamaba Ayuda Existencia. Su esposa le avisó que doña Estela se había puesto grave y la habían trasladado a un hospital público. A la llegada de César, encontró que había sufrido una embolia y que no le estaban dando tratamiento alguno porque pensaron que ya no había nada que hacer. Él le reclamó al personal médico por esa negligencia y, como lo reconocieron por la televisión, empezaron a atender a la señora. Pero ya era muy tarde y solo estuvo viva 12 horas más. ENSEÑAR A OTROS La otra persona que fue decisiva en la vida de César Lozano para asumir su misión de hablar a otras personas, enseñarles sobre sí mismos y tocar sus vidas, fue un sacerdote. Recuerda que acababa de entrar a estudiar a la facultad de Medicina cuando el sacerdote le pidió hacerse cargo de las clases de catecismo para un grupo de niños en una zona marginada. “Un día me dijo: ‘Oye, tengo una comunidad muy pobre de muchos niños que nadie les da catecismo. Organízate tú y tus amigos para que vayan a darle catecismo a esos niños’. Yo estaba en la facultad de Medicina, tendría unos 18 años. Y allá voy, a una comunidad llamada La Estanzuela, en Monterrey, una capillita.

Y el primer día que llegué, había unos cien niños, éramos como unos seis compañeros y ya nos habían entrenado a nosotros en catecismo”, cuenta César, “el cura nos había dado clases para cómo dar clases nosotros, pero yo estaba temblando con los niños por mi temor a hablar en público”. Ante el grupo de unos 10 niños, César decidió usar la estrategia de crear una tensión narrativa con una voz enigmática, una dramatización de los diálogos de los personajes de la Biblia y dejar al público queriendo más. “Cuando yo llego y digo, ¿cómo le voy a hacer para mantener la atención de niños de cinco y seis años? “Entonces Eva le dijo a Adán ‘muerde la manzanita’”.

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 ‘¡No!’ Los niños decían ‘¡no!’ ‘¿Por qué no?’ ‘Porque Dios dijo que esa manzana no se mordía’. ‘¿Qué creen que hizo Adán?’ El próximo sábado se los digo”, relata. El público de sus clases de catecismo se fue incrementando cada semana. Eventualmente, los papás y mamás de los niños también asistían a escuchar las clases de catecismo. La fama de César fue creciendo y lo empezaron a buscar otros curas. Le pedían que diera pláticas prematrimoniales y ni siquiera estaba casado. Así, con el paso de los años se fue dando a conocer como conferencista y llegaron para él otros proyectos. Fue una puerta que supo abrir. PUERTAS DEL DESTINO Conforme ha desarrollado sus propias ideas sobre la vida y ha profundizado en sus estudios, César ha modificado la visión que tenía sobre la voluntad para construir el destino de cada persona.

Si bien después de haber terminado de estudiar un doctorado en Psicoterapia Gestalt, no cree en la predeterminación, ha descubierto que los caminos se van abriendo para llevar a alguien hacia el destino que le correspondía, pero es su responsabilidad decidir qué puertas atravesar. “Hay que ver qué puerta se abrió. Los líderes dicen ‘hay que saber a dónde vas, qué quieres’. Sí, papito, pero ve qué puerta se abre, porque una cosa es lo que tú quieres y otra cosa es tu destino de vida. Yo no creía en el destino”, plantea. “Yo decía ‘no creo en el destino, el destino tú lo forjas’. Hay un destino.

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