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una voz negada que renació para la plenitud

Nayo Escobar

La vida de Leonardo “Nayo” Escobar estuvo marcada desde su infancia por un vacío enorme en busca de la aprobación de sus padres. Eventualmente, esa búsqueda lo llevó a obsesionarse con un proyecto de vida muy distinto a la vocación que le llenaría de satisfacción. Sin embargo, con el paso de los años ha descubierto que cada una de las decisiones que tomó como estudiante, como empresario y como jefe de familia, lo estaba preparando para asumir su verdadera misión de llevar al mundo un mensaje de consciencia y plenitud. Cuando tenía siete años de edad, Nayo soñaba con ser cantante. Por ello, empieza sus entrevistas con la pregunta: ¿a qué jugabas cuando eras niño y estabas en tu soledad? “Yo hasta los 11 años viví en Monterrey.

Yo vivía en el centro, era un chavito de barrio que soñaba con ser cantante. Mi público eran los luchadores de plástico, los ponía a todos paraditos y yo estaba realmente visualizando que a ellos les gustaba lo que yo hacía. Entonces era muy pleno, me sentía con una plenitud tremenda”. En 1981, cuando Nayo tenía 11 años de edad, su padre decidió buscar una vida más relajada en una ciudad que consideraba más tranquila. Así fue como su familia se mudó a Chihuahua y el padre de Nayo tomó un trabajo como maestro en La Salle, que en aquel momento se consideraba una escuela para la gente de mayor posición económica.

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“Yo llego siendo el hijo del maestro y empieza mi transformación en poder ser aceptado ante una sociedad a la que no estaba acostumbrado a estar. Era un niño muy cerrado. Entonces yo, de ser un chavito de barrio del centro de Monterrey, no hallaba cómo adaptarme. El bullying estaba a todo lo que daba hacia mi persona y me empiezo a ser muy relajiento, empiezo a hacer lo que nadie se atrevía a hacer y al año me corren”, relata.
Las mismas dificultades para adaptarse a su nuevo entorno provocaron que Nayo continuara desafiando las reglas para que nadie lo molestara, así que en el siguiente colegio que lo inscribieron, solamente duró seis meses antes de que lo corrieran también.
DECEPCIÓN Y PROPÓSITO
Sus padres lo llevaron a revisión con distintos especialistas, desde psicología, hasta psiquiatría y neurología. El diagnóstico final fue trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). La respuesta de los padres del adolescente fue que les daba lástima tener un hijo como él porque iba a representar muchos problemas para ellos.
El neurólogo les anticipó que muy probablemente iba a convertirse en una persona con actitudes antisociales o, inclusive, un delincuente, lo que provocó un gran malestar en sus emociones. “Ahí fue mi caída libre. Yo sentí que estaban llegando hasta lo más profundo de la denigración del ser humano. Me acuerdo que al salir de la consulta, mi papá me empuja y me dice: ‘¿qué voy a hacer contigo? No sirves para nada’. Yo, todo asustado, todo azorado, se acerca mi madre y me dice: ‘Nayito, yo sí confío en ti’.
Esas palabras fueron precisamente lo que evitó que terminara de caer hasta abajo”, recuerda.

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La necesidad de hacer sentir orgulloso a su padre llevó a Nayo a cuestionarse duramente sobre su vida. La noche después de salir de la consulta en que le dieron el diagnóstico catastrófico sobre su futuro, Nayo veía en la televisión el programa Dallas y le llamó la atención la imagen imponente del edificio de la empresa petrolera ficticia Ewing Oil Company.
Así, decidió convertirse en un empresario para enorgullecer a su padre. “Así empezó mi cambio de vida. Me obsesioné con ser empresario, que ni siquiera sabía lo que era ser un empresario. Yo quería ser la Oil Corporation y no sabía lo que significaba Corporation. Yo quería tener un edificio grandote con mucha gente y que todos se sintieran orgullosos de mí. Y ahí empieza mi historia, mi búsqueda por ser empresario. Y enterré o puse en el clóset a ese niño que quería ser cantante”, narra. Al día siguiente, Nayo le reveló a su padre que había tomado la decisión de convertirse en empresario y que iba a formar una compañía muy grande, pero él lo despreció. “Me dijo nuevamente: ‘tú no sirves para nada, ya encontré una escuela en donde te van a hacer hombre’”.

La solución de su padre fue inscribirlo en la Secundaria Federal 4 de Chihuahua, que tenía fama de peligrosa por la presencia de grupos de pandilleros en ella. Cuando entró a esa escuela, Nayo sintió que su vida corría peligro, así que superó su miedo y se dirigió hacia donde se encontraba la pandilla más grande para encararlos.

“Les dije: ‘soy Nayo Escobar. Les vengo a hacer una propuesta. Soy nuevo. Si no me pegan, a todos los voy a contratar en el Corporation’.

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Yo ya me la creía. Y sale el líder de la banda y me dice: ‘lo dices con tanto convencimiento que te voy a creer y no te vamos a pegar, pero si no me la cumples, en donde estés te vamos a madrear’”. A partir de ese momento, las pandillas le permitieron a Nayo que anduviera libremente y se convirtió en una especie de interlocutor entre los grupos rivales, pero también para interceder por los adinerados de La Salle que le pedían ayuda. Ese rol le permitió ganar confianza en sí mismo, pero lo apartó de la meta que se había fijado de convertirse en empresario. Continuó mostrando un comportamiento inapropiado en la escuela y, finalmente, lo expulsaron también de la Secundaria 4. Terminó sus estudios de secundaria en una escuela para mujeres. Su padre lo inscribió en un bachillerato técnico. “Te voy a meter a un Cbtis para que te gradúes de técnico y te vayas de la casa, porque ya no queremos saber nada de ti”. Sin embargo, durante todo el primer año, Nayo se ausentó de las clases y se dedicó a ver las películas de Picardía Mexicana que se transmitían en la televisión. Finalmente, su padre decidió volver a Monterrey porque estaba cansado de lidiar con los problemas que le daba Nayo cuando estaba
preparándose para su jubilación. El joven Nayo le pidió a su padre que le diera oportunidad de estudiar en una preparatoria normal en Monterrey, pero
él le reprochó que estaba haciendo todo lo contrario de lo que necesitaba para convertirse en un empresario.

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